Transformers

Una guerra sin compasión opone desde tiempos inmemoriales a dos razas de robots extraterrestres: los Autobots y los crueles Decepticons. En juego: el dominio del universo. Durante los primeros años del S. XXI, el conflicto alcanza la Tierra y el joven Sam Witwicky (Shia LaBeouf, ‘Wall Street: El dinero nunca duerme’) quien compra un coche sin saber que el vehículo tiene vida propia. Pronto descubre a los Transformers, quienes le advierten del plan de los Decepticons y avisan de que ellos han venido a ayudar a los humanos. Sin embargo,  será Sam, sin saberlo, la última esperanza de la humanidad. Como cualquier adolescente, Sam solo ha conocido los problemas de su edad: el instituto, los amigos, los coches, las chicas… pero nunca había experimentado la situación de que unos robots alienígenas le necesitaran para salvar tanto su planeta como el universo en sí. De repente, él y su nueva novia Mikaela (Megan Fox, ‘Jennifer’s Body’), se encuentran en el medio de un enfrentamiento mortal y no tardará en darse cuenta del significado del lema de la familia Witwicky: “Sin sacrificio, no hay gloria”.  

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Mi critica, El director Michael Bay, en su afán megalomaníaco, después de filmar películas tan mediocres pero taquilleras (y mastodónticas) como ‘La roca’, ‘Armageddon’ o ‘Pear Harbor’, quería más. Algo más grande, más espectacular, más gigantesco, en el que pudiera verter sus obsesiones militares, su gusto por inflar sus narraciones y convertirlas en panfletos épicos al servicio de sus ínfulas grandilocuentes. Y, a pesar de que nadie daba mucho por la traslación a la pantalla de los personajes robóticos de Hasbro, finalmente, Bay consiguió lo que se proponía: una película testosterónica y chatarrera en la que las chicas son florero y los héroes resultan insustanciales porque siempre se encuentran bajo el yugo de un espectáculo mayor (el de los efectos visuales), en el que no hubiera que esforzarse por construir un guion en condiciones, porque ya era suficiente con enlazar persecuciones y peleas y en la que no fuera necesario medir el sentido del ritmo, porque se suponía que cuanta más acumulación de imágenes y objetos en la pantalla, antes se podría llegar a hipnotizar (idiotizar) al espectador de tal manera que, finalmente, quedara en estado de trance con la película y no pudiera ni parpadear… ni pensar. Así es ‘Transformers’, aburrida, aparatosa e irritante. Un espectáculo necio a la medida de su director, responsable de una de las filmografías más nocivas del cine reciente.